El arte y la imaginación salen al rescate de la educación venezolana
REPORTAJE ESPECIAL

El arte y la imaginación salen al rescate de la educación venezolana

El arte y la imaginación salen al rescate de la educación venezolana

El declive del sistema educativo nacional obliga a una respuesta de la sociedad civil, ocupando a menudo roles que corresponderían al Estado. En ese proceso de transformación forzosa surgen oportunidades doradas para impulsar nuevos modelos educativos, más humanos, menos convencionales y más eficientes, como el que ofrece la Fundación Medatia desde hace más de 30 años.

POR: Eurídice Ledezma
19 de marzo de 2021

Arianny y Jesús Daniel tienen ahora seis años y asisten a primer grado de educación primaria en San Rafael de Mucuchíes. Ella es increíblemente ordenada y aplicada. Él es más inquieto y revoltoso. Pero ambos, igual que el resto de sus diecinueve compañeros, asisten tres veces a la semana a la sede de la Fundación Medatia, justo enfrente de la célebre “capilla de piedra” que dejó en herencia el artista Juan Félix Sánchez. Allí van a recibir clases presenciales, ya que la educación virtual “se quedó fría” en aquellos páramos: no es una opción viable. Por supuesto, todo se hace con las medidas, distancias y cuidados de rigor en medio de la pandemia para evitar posibles contagios.

Estos veintiún niños de primer grado y los veintiocho de sexto, que asisten los fines de semana, son hijos de familias muy humildes que no contaban con la pandemia ni con el depauperado estado del sistema educativo nacional al que ingresaron, pero que sí gozan del respaldo de toda su comunidad apoyándolos como un solo hombre porque “es lo que se necesita”.

Medatia (nombre tomado de la mitología indígena yekuana) da también título al Modelo Educativo para el Desarrollo de Aprendizajes a través del Teatro, la Imaginación y las Artes (MEDATIA). Es una iniciativa surgida al calor del teatro universitario de la UCAB, bajo el liderazgo de su directora Virginia Aponte, con la fuerza de un vigoroso voluntariado que junta estudiantes, docentes, egresados y líderes comunitarios.


Bilitza: formarse para formar

En el año 2000 cuando Bilitza Sanchez, maestra de Arianny y Jesús Daniel, era apenas una adolescente de 17 años, comenzó a participar en los talleres de teatro infantil y juvenil de Medatia y se topó con una oferta que no esperaba: ir a estudiar a la UCAB, en Caracas, a formarse como educadora. Pensó que sus padres no lo aprobarían pero ellos comprendieron que era una oportunidad de oro. Y con una suma de voluntades solidarias, una beca trabajo en el Departamento de Especialización Pedagógica, el apoyo de Agoteatro y Medatia y el de sus padres, Sánchez se graduó como Docente de Educación Integral y -tras una desviación breve-, regresó a San Rafael de Mucuchíes para convertirse en agente de cambio de la comunidad en la que nació y creció.

La pandemia, es obvio, agrava la situación económica ya precaria de las familias del páramo, pero la opción de enviar a los niños a estudiar sin la exigencia del uniforme, alivia un poco sus exiguos presupuestos y permite que los niños avancen. Para Sánchez “mi idea fue siempre regresar. Cuando iniciamos las tareas dirigidas, hablé con los padres para plantearles que los niños se salieran de la rutina  de sus casas a través de los talleres de Arte. Comencé con un taller de pintura” Y es que, un niño confinado es un niño que no puede desplegar su necesidad de correr, jugar, relacionarse con sus pares y crear. Todas actividades claves en su desarrollo psicosocial. También resulta mucho más difícil para el docente estimular sus potencialidades o identificar sus debilidades.

La virtualidad llegó para quedarse. Es cierto. Pero no es la única posibilidad en la transformación de la educación. Hay otros modelos que tendrán que atender las carencias que genera la no presencialidad física del alumnado. En Venezuela, de hecho, existen experiencias de larga data que han generado procesos de cambio al seno de comunidades remotas que ya comienzan a notarse. La lista es larga y diversa pues, desde Fe y Alegría hasta Alimenta la Solidaridad, pasando por Fundaredes o Cecodap, la sociedad civil organizada ha tomado la educación y alimentación de niños, niñas y adolescentes como un objetivo crucial y urgente, pero es Medatia la que ofrece un modelo educativo nuevo e inspirador desde el arte.

La tremenda brecha digital entre los sectores más desfavorecidos de la población y el pequeño porcentaje que tiene acceso a dispositivos inteligentes y a internet confiable es, apenas, la arista más visible del problema. La migración de los sistemas educativos a la virtualidad total es ineficaz e insuficiente para la mayoría del universo de estudiantes en barrios, comunidades indígenas o rurales y en entornos excluidos.  Estos segmentos  no cuentan ni con los recursos económicos para sobrevivir al día, mucho menos para acceder a la tecnología necesaria para insertarse en una sociedad cada vez más dependiente de las plataformas virtuales.

Se requiere, entonces, una visión más amplia y sensible. Digitalizar la educación es mucho más que proveer equipos y una mejor conexión a internet. Pasa por el cambio de contenidos programáticos, metodología y formación docente pero, muy especialmente, por atender las carencias  que derivarán de la desconexión física y emocional docente-alumno, tales como identificación de cualidades particulares, desarrollo de autonomía y empatía, trabajo en equipo, tolerancia a la frustración y al fracaso y estímulo a la creatividad. Y es aquí donde se encuentran los mayores retos.


Educar a través del Arte

Sánchez afirma que “hay que llevar otras formas de aprendizaje para los niños. Más constructivistas. No es fácil porque en el Páramo la gente puede ser muy cerrada. Pero el planteamiento oficial durante la pandemia de atender a los niños cada 15 días por hora y media para evaluarlos, no funciona. Los niños querían recibir clases y por eso vienen a la fundación”.

Medatia tiene ya más de treinta años actuando en comunidades del páramo y en otras de la capital como Caricuao, La Vega, Antímano y Carapita, ampliando los alcances de la educación a través del teatro, la imaginación y las artes. Su Directora Administrativa,  docente especializada en Educación Preescolar, Duilia Díaz explica que “si no existiera el trabajo voluntario de los muchachos universitarios no podríamos hacer nada. Ese es el primer impacto”

Medatia fomenta habilidades psicosociales como la empatía, el trabajo en equipo, el liderazgo, la imaginación, la creatividad la responsabilidad y el compromiso. La premisa es  que, si estas habilidades comienzan a impulsarse en los jóvenes desde temprana edad, serán mejores personas capaces de solucionar problemas independientemente de  su entorno. Su enfoque abarca tres grandes áreas de trabajo: Formación Teatral para Jóvenes Universitarios con 53 mil 760 beneficiarios directos; Talleres de Teatro en Comunidades con la impresionante cobertura a la fecha de 4 millones 968 mil 240 beneficiarios indirectos y la Formación de Docentes y Líderes Comunitarios que involucra a 1 mil 500 individuos que se convierten en agentes de cambio en sus comunidades.


Es un método de trabajo concreto y sistemático de tres fases en su versión más básica: 1. El estudiante universitario ingresa al grupo de teatro y vive la experiencia de la creación colectiva. 2. Se inserta en un montaje infantil o adulto y 3. Se inicia como voluntario para dictar talleres en las comunidades. “A medida que enseñas, entiendes lo que aprendiste. Este proceso está hecho pedagogía en la UCAB ya. Cada año se replica todo el proceso” explica Díaz.

A lo largo de 2020 -y lo que va de 2021- la pandemia y las medidas de confinamiento no han detenido el trabajo. Medatia  hace giras con talleres de teatro infantil y juvenil por 12 comunidades anualmente. Si bien la pandemia permitió cubrir sólo a seis comunidades en 2020, no impidió la grabación de audiocuentos y videos derivados de los montajes que tendrían que haberse presentado en dichas comunidades y que, este año atípico, se ensayaron vía Zoom.

Para Díaz “la escuela ha ido desapareciendo en las comunidades. Los espacios están deteriorados, los docentes no están. Después de la pandemia no sé qué va a pasar con la escuela. Los niños asistían por el PAE –Programa de alimentación – . La escuela como tal sólo queda en la red de Fe y Alegría. En la escuela pública ya no va quedando sino el espacio físico”.


Breve cronología del colapso

Retrocedamos un poco para tener una visión más exacta de cómo hemos llegado al colapso que describe Díaz. Por el ya lejano 2005 la Unesco reflejaba que el  costo  per  cápita  por  niño o niña  atendido  en  los  centros  de  educación inicial -conocidos como “Simoncitos”- era de 2 millones 13 mil 830  bolívares anuales, es decir algo más de mil dólares. En  los  preescolares  bolivarianos  de  jornada  completa,  el  costo  per  cápita  estimado era de 1 millón 825 mil 169,92 bolívares anuales –unos 950,61 dólares- y en    los   centros   de   educación   inicial   de   media   jornada   -preescolares   tradicionales-,  el  costo  se ubicaba en 844 mil bolívares anuales, unos 439 dólares. Esos cálculos no existen hoy, igual que los Simoncitos. Sólo cabe soñar lo que podría hacerse con esos montos por cada niño en la actualidad.

Desde marzo de 2016 se planteaba declarar una emergencia educativa y promover reformas a las leyes que regulan el sector. Las causas: déficit de profesores, fallas en las infraestructuras e inconsistencias en los programas sociales que afectaban el proceso de formación académica. El argumento era -y sigue siendo casi cinco años después-, de una contundencia innegable: “Lo que está pasando aquí está comprometiendo el futuro de los niños de escasos recursos, de los niños campesinos, de los niños que están fuera de cualquier programa social». Y, efectivamente así es, pues, a pesar de que en 2018 se declara por fin la emergencia humanitaria, los números siguen en rojo.

Según el Informe de Memoria Educativa Venezolana, en promedio, más de 140.000 alumnos anualmente desertaron de las escuelas oficiales en los últimos 12 años. Más de millón y medio de estudiantes lo hicieron entre los años escolares 2004-2005 a 2016-2017, solo en el sistema público.

Es decir, en promedio, más de 140.000 alumnos inscritos no terminaron el ciclo escolar en los periodos considerados, contabilizándose un total de 1 millón 693 mil 823 estudiantes. Y cabe subrayar que no se incluyen los años más críticos de 2018 a 2020.
Para 2019 Unicef habla de más de un millón de niños sin escolarizar. Una de las principales crisis –como bien subraya Díaz- ha sido el éxodo de docentes. El nivel de desprofesionalización de este gremio es una causa medular. El irrespeto de los mecanismos legales e institucionales que normaban el ingreso, evaluación y ascenso de los docentes para dar paso a mecanismos discrecionales ha causado daños de envergadura en el sistema educativo nacional. Hay quien incluso habla de “ignorancia inducida”.


Valga apenas un dato: desde el año 2002 no se realizan concursos para el ingreso a la docencia en ninguna de las jerarquías que contempla el Reglamento del Ejercicio de la Profesión Docente. Hoy cerca del 60% de los docentes es interino y, aunque no hay datos oficiales, se estima que más de 80% de los directivos de las instituciones escolares también lo son, según la data presentada por la ONG Educación Futura.

Los resultados de la Encuesta Nacional de Condiciones de Vida (ENCOVI) 2020 no son más alentadores pero si más recientes. La cobertura en cuanto a escolarización toca techo y retrocede. Esto, a pesar de que se registra 1 millón 700 mil estudiantes menos con respecto al ciclo escolar previo. El riesgo de exclusión educativa es muy preocupante en la población de 12 a 17 años en los segmentos más pobres. Allí 27% se encuentra en un rezago escolar severo. De la población escolarizada entre 3 y 24 años, 85 por ciento asiste a escuelas públicas. La participación de la educación privada  se reduce debido a la pérdida de poder adquisitivo en los hogares. De hecho, la educación privada pierde terreno en todos los grupos de edad pues la capacidad de pago de las familias es casi nula en todos los niveles de enseñanza.

Encovi es una cruda radiografía de la situación de la mayoría de los hogares en Venezuela: de un universo de 7.863.000 niñas y adolescentes, 6.921.000 –entiéndase 87 por ciento- asiste a clases. Ese 13 por ciento restante no se está educando. Lo que es peor. De esos casi 7 millones que sí asisten a clases 40% falta algunas veces a la escuela por fallas en el servicio de agua (23%), apagones (17%), falta de comida en el hogar (16%), no hay dinero para o no hay transporte (7%) o ausencia de docentes (18%)

La conclusión  de Encovi es contundente: “Más de la mitad de la población más pobre no consigue completar esos 12 años de escolaridad que ayudarían, en alguna medida, a reducir los riesgos de permanecer en situación de pobreza”.

Ante este panorama, urgen modelos educativos alternativos que presten atención al conocimiento pero, también, a la formación de valores y habilidades psicosociales fundamentales en el individuo.  Modelos educativos que ya existen y son viables.


Al parecer, las comunidades también quieren acompañar y materializar ese sueño. Por sus niños. Por Arianny y Jesús Daniel.

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